EL primaveral marzo ha sido el tiempo coincidente de la llegada a este pequeño retazo de tierra de los dos personajes que la historia de bronce, fiel a los intereses de quienes eventualmente han ostentado el poder, ha encumbrado como los íconos del nacionalismo criollo, aunque uno haya sido español (nació y falleció en Nueva España) abolengo, causa y consecuencia; y el otro, indígena mixteco-zapoteco. Me refiero a Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, Miguel Hidalgo, y a Benito Pablo Juárez García, Benito Juárez.

Marzo con Hidalgo y Juárez en Colima

EL primaveral marzo ha sido el tiempo coincidente de la llegada a este pequeño retazo de tierra de los dos personajes que la historia de bronce, fiel a los intereses de quienes eventualmente han ostentado el poder, ha encumbrado como los íconos del nacionalismo criollo, aunque uno haya sido español (nació y falleció en Nueva España) abolengo, causa y consecuencia; y el otro, indígena mixteco-zapoteco. Me refiero a Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, Miguel Hidalgo, y a Benito Pablo Juárez García, Benito Juárez.

El primero, Hidalgo, ya lo he dicho antes, vino de promoción a la entonces Villa de Colima como cura párroco interino en 1792, el documento más antiguo suscrito por él y que está en el archivo de El Beaterio, es del 10 de marzo, es de suponerse que llegó antes; el último, de mediados de noviembre de ese año. Es decir, estuvo acá por espacio de 8 meses.

El segundo, Juárez, radicó en la ya Ciudad de Colima un tiempo más breve, apenas un par de semanas, del amanecer del 25 de marzo al 8 de abril de 1858. Este último venía huyendo, era su primer autodestierro como Presidente itinerante, luego de su encarcelamiento en la Ciudad de México ante la conversión y licencia al cargo del presidente electo, Ignacio Comonfort.

El cura Hidalgo, durante su provisional estancia en la Villa de Colima, residió en el mismo sitio donde en esa condición lo hacen los eclesiásticos, en la casa parroquial, es decir, en el predio donde está construida la Catedral Basílica de Colima, en aquel tiempo solo una modesta parroquia de la diócesis de Michoacán, cuya construcción era precaria, seguramente de adobe, madera y palma; no obstante, la placa que se ubica en la finca de Gregorio Torres Quintero número 70, en el centro de Colima, indicando que ahí vivió, es una afirmación que carece del mínimo sustento y más cuando por aquella época ese predio entre la calle real y el camino a San Cayetano era baldío de una Villa que apenas contaba, según el padrón de Diego de Lazaga, fechado en 1793, con apenas 4 mil 314 vecinos, entre españoles, castizos, mestizos y mulatos, donde los últimos eran mayoría y los indígenas no fueron contabilizados.

Hidalgo vino a dar fe, a “informar” de las uniones entre parejas, entre las que celebró tres bautizos durante los 8 meses que estuvo como interino, como también antes fungió en la parroquia de Santa Clara del cobre, a la par de sus cargos de rector y catedrático de la Universidad de San Nicolás, en Valladolid, para luego ser ungido cura titular de la parroquia de San Felipe “Torres mochas” en la Intendencia de Guanajuato, donde empezó a oficiar a mediados de enero de 1793.

Todo gracias a los buenos oficios de su protector, benefactor y permanente patrocinador, el obispo de la diócesis de Michoacán, Fray Antonio de San Miguel Iglesia y de la Cajiga, el también promotor de la construcción del famoso acueducto de Morelia y recientemente “acusado”, por supuestos indígenas, de esclavista, racista y genocida, y cuyo monumento en su honor fuera derribado y decapitado por ellos mismos el pasado 14 de febrero de este 2022, por esos presuntos motivos reivindicatorios del indigenismo mexicano.

Juárez llegó a Colima el 25 de marzo de 1858 proveniente de Guadalajara, de allá había salido la madrugada del 20, perseguido por Antonio Landa, quien le dio alcance y fue repelido en Acatlán, el 21 arribaron a la hacienda de Estipac, donde celebró sus 52 años de edad; el 22 llegaron a Sayula; el 23 a Zapotlán el Grande; el 24 a Mesones –Atenquique– y de ahí a Tonila, donde arribaron al atardecer para pernoctar con una escolta de 75 soldados de infantería y 30 de caballería. La madrugada del 25 salieron a Colima, donde llegaron al amanecer entrando por el Camino Real hasta la pila de la Sangre de Cristo, donde fue recibido por el gobernador Ricardo Palacio y miembros de la primera Legislatura local, entre otros.

Lo anterior, después de haber salvado la vida en el palacio de gobierno de Jalisco, donde estuvo a punto de ser pasado por las armas junto con su comitiva frente al pelotón de fusilamiento comandado por el colimense, Filomeno Bravo, quien gracias a la efusiva arenga de Guillermo Prieto (“¡Levanten las armas!, ¡levanten las armas!, ¡los valientes no asesinan! ¿Quieren sangre?, ¡bébanse la mía!”), les perdonó la vida y, días después, les facilitó el escape por Colima previendo una celada por Nayarit, a donde originalmente tenían programado partir para establecer el gobierno y eventualmente hacerse a la mar con destino a Veracruz, lo que hicieron pero el 11 de abril desde Manzanillo.

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